¿Cuántos miles de millones de animales criados en condiciones inaceptables son sacrificados cada año? 
 
Adriana Ruiz Díaz - 06-12-2012
La alimentación basada en el consumo de 
carne y su forma de producción, lleva cada año a la muerte a 60.000 
millones de animales criados en condiciones inaceptables de cautividad y
 sufrimiento. Ya que la población del mundo va en aumento, esta cifra no
 hará más que crecer en los próximos años. Según fuentes de la 
FAO
 (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la 
Agricultura), cada segundo mueren en el mundo aproximadamente 2.000 
animales, 345 millones al día aproximadamente, a lo que hay que añadir 
unos 140 millones de toneladas de peces. Esto supone que extraemos del 
mar una cantidad muy superior de animales de los que producimos sumando 
aves y mamíferos.
Si tenemos en cuenta que el mar es el gran basurero del 
mundo, que soporta desechos y accidentes atómicos, petrolíferos y 
químicos además de las aguas residuales que los humanos les aportamos, 
la situación está destinada a convertirse en uno más de los cientos de 
hechos preocupantes, en apariencia irreversibles, que nos abruman cada 
día. Todo apunta que hace tiempo que la especie humana sobrepasó todos 
los límites del equilibrio con el planeta que lo alberga. Nos hemos 
convertido en un huésped incómodo en esta casa.
Según datos de la FAO correspondientes al año 2007 las cifras de animales muertos anualmente para consumo serían las siguientes:
50.000 millones de pollos
2.715 millones de patos
1.388 millones de cerdos
1.169 millones de conejos
648 millones de gallinas
635 millones de pavos
564 millones de ovejas
402 millones de cabras
301 millones de bóvidos
57 millones de otras aves.
23 millones de búfalos
10 millones de perros
5 millones de caballos
1,5 millones de camellos
En España, las cifras de animales muertos al año son:
560 millones de pollos
51 millones de gallinas
37,5 millones de cerdo.
19,3 millones de corderos
2,7 millones de bóvidos
Cada hora mueren en el mundo aproximadamente 6.000 
personas y nacen 15.000. Cada día nacen más de 360.000 personas en el 
mundo, siendo los que mueren aproximadamente la mitad.
Unidad de Tiempo
 | 
Nacimientos
 | 
Muertes
 | 
Crecimiento
 | 
Año 
 | 
131,940,516 
 | 
56,545,138 
 | 
75,395,378 
 | 
Mes 
 | 
10,995,043 
 | 
4,712,095 
 | 
6,282,948 
 | 
Día 
 | 
361,481 
 | 
154,918 
 | 
206,563 
 | 
Hora 
 | 
15,062 
 | 
6,455 
 | 
8,607 
 | 
Minuto 
 | 
251 
 | 
108 
 | 
143 
 | 
Segundo 
 | 
4.2 
 | 
1.8 
 | 
2.4 
 | 
(Datos de la Oficina del Censo de Estados Unidos)
Esta población creciente que ha de alimentarse no podrá 
hacerlo si destinamos al engorde de animales o a los biocombustibles el 
cereal y el agua necesaria para que estas personas se mantengan  con 
vida.
La cantidad de cereal y agua que hacen falta para 
producir un kilo de carne varía sustancialmente según las fuentes que se
 consulten. Tomando una  estimación conservadora, para producir un solo 
kilo de carne de vaca se necesitan 15 kilos de cereales y 15.000 litros 
de agua. En la actualidad, más del 40 % del cereal mundial se destina a 
alimento de ganado, y se estima que para el año 2050 se superará el 50 
%. Solo en Estados Unidos el porcentaje es del 70 %.
Sin embargo, independientemente de si la estimación que 
analizamos es la más radical o la más moderada, la producción de carne 
representa un gasto de agua y energía muy por encima de la que se 
necesita en la producción de vegetales o cereales.  La proteína animal 
es cara y costosa de obtener. No solo consume los cereales y el agua que
 podrían mantener a los seres humanos sino combustibles fósiles, abonos y
 pesticidas con la consecuente contaminación, gases de efecto 
invernadero y desechos que van a parar a ríos y acuíferos.
Si todos los habitantes de la Tierra se alimentaran con 
las mismas cantidades de proteína animal que los ciudadanos europeos, y 
más aun los estadounidenses, nos enfrentaríamos al hecho de que no hay 
tierras, cereales ni agua suficiente para mantenernos a todos con vida. 
Para hacernos una idea, se necesitarían extensiones de tierra 
equivalentes a cinco veces el tamaño del planeta para que todos 
pudiéramos alimentarnos con los hábitos europeos y siete para mantener 
los hábitos de los americanos.
Según las Naciones Unidas, una reducción de la 
producción y el consumo de carne entre el 10 y el 15% podrían erradicar 
el hambre en el planeta. 
Resulta a su vez evidente lo insostenible de la 
explotación que padecen los caladeros de mares y océanos y los 
antiecológicos métodos de la pesca industrial. Un informe reciente de 
Greenpeace
 dice que en España el 80% de la pesca es artesanal y sostenible. A 
pesar de ello la pesca industrial e insostenible sigue subvencionada.
 
Otro elemento a tener en cuenta en esta ecuación 
alimentaria es el agua. Sandra Postel, directora del Proyecto Política 
Global del Agua, dice que el mundo descuenta 200 kilómetros cúbicos de 
su banco de agua cada año. Sabemos que la contaminación masiva 
de ríos y acuíferos, así cómo la pérdida de humedales, es producida por 
la actividad humana, la agricultura y la industria, entre ellas la 
industria ganadera. Se está poniendo en peligro un precioso recurso al 
que muchas personas tienen un acceso mínimo.
Es imprescindible pensar en las condiciones en las que 
se crían, se transportan y mueren los animales destinados al consumo 
humano, en el sufrimiento que reciben ellos y el que indirectamente 
llega a nuestros platos.
En 1966 había en Estados Unidos 53 millones de 
cerdos distribuidos en un millón de granjas. Actualmente, hay 65 
millones de ellos en 65.000 instalaciones. Podemos imaginar el 
hacinamiento y el estrés que sufren estos animales, la cantidad de 
desechos que producen y las condiciones de estas instalaciones, así como
 la cantidad de  medicamentos e insecticidas que se emplean para 
controlar las epidemias. El consumidor es el eslabón final de esta 
cadena de sufrimiento y despropósitos que ya repercute en el equilibrio ecológico a escala planetaria.
Las personas que sobrepasan los cincuenta años y sobre 
todo las que crecieron en medios rurales recordarán la antigua 
alimentación tradicional previa al despegue de la producción industrial.
 Hace cincuenta años, los postres lácteos no habían sustituido 
masivamente a la fruta y el consumo de carne no era la base principal de
 la dieta. La alimentación se basaba principalmente en los cereales, las
 semillas, las hortalizas, las verduras y las frutas. Hasta la década de
 los sesenta del pasado siglo eran apenas empleados en nuestro país los 
fitosanitarios, forma suave de llamar a los pesticidas que se utilizan 
tanto en los cultivos destinados a forraje animal como a los empleados 
para alimentos de consumo humano, al igual que no había una implantación
 masiva de los abonos químicos. Los animales criados para servir como 
alimento no estaban sometidos a medicación desde su nacimiento. Eran 
desconocidos los transgénicos y la ganadería intensiva aún no 
monopolizaba la obtención de huevos, leche o carne.
Sin embargo, en torno a 1925 G. K. Chesterton, en tono entre escandalizado y humorístico, describía en El discreto contrabando del capitán Pierce,
 los primeros intentos de imponer el modelo de explotación intensiva en 
Inglaterra. Criticaba el escritor con agudeza los decretos de 
prohibición de la pequeña ganadería tradicional por parte de las 
autoridades británicas, seducidas por las tesis especulativas del modelo
 americano y el capitalismo en ciernes.
Podríamos decir que los sistemas industriales aplicados a
 la producción ganadera intensiva –como si los seres vivos fueran 
objetos inertes y de manera subsiguiente a la explotación de la Tierra, 
igualmente considerada una mina a cielo abierto–, rompe definitivamente 
el concepto tradicional y el vínculo de los seres humanos con  la 
naturaleza que los sostiene.
Si bien la carne es una fuente de proteínas para los 
seres humanos, no es una fuente imprescindible, ni es necesario su 
consumo diario.
Tradicionalmente la carne era un elemento circunstancial
 en la dieta. Tal vez el hecho de que sólo quienes tenían un alto nivel 
económico podían permitírsela contribuyó a que, una vez superados los 
periodos de escasez de alimentos, la población en general la situara 
como el mayor bien de consumo y el más necesario. Nada más lejos de la 
realidad. Un exceso de proteínas de origen animal no mejora nuestras 
condiciones físicas. Estas proteínas van acompañadas de una cantidad 
importante de grasas saturadas y sustancias de desecho (no solo las 
propias del animal, sino las de los medicamentos y piensos que ha 
consumido) que están en la génesis de numerosas enfermedades y males que
 aquejan masivamente a la población: deficiencias cardiovasculares, 
diabetes,  cáncer y la epidemia actual de Alzheimer, entre otras; 
incrementadas todas ellas por la mala calidad de la vida y de la 
alimentación del ganado destinado a servirnos como alimento. Hay que 
recordar la epidemia de encefalopatía espongiforme producida por un 
prión de las ovejas y transmitida a las vacas alimentadas con piensos 
compuestos con restos ovinos. Cabe preguntarse, ¿a quién se le ocurrió 
semejante aprovechamiento de  los despojos de las ovejas?, y ¿cómo 
llegaron las autoridades de los países europeos  a aceptar su 
comercialización? Pero todavía esto no explica que en la actualidad 
se sigan contagiando un gran número de vacas en Reino Unido, Francia y otros países europeos.
 
Si bien las proteínas nos aportan los aminoácidos 
esenciales con los que se construyen los organismos vivos, estas se 
pueden obtener de otras fuentes distintas a la carne, como son los 
huevos, las legumbres, los frutos secos o los cereales integrales. Y 
aunque la raza humana no vaya a prescindir mayoritariamente de la carne 
de otras especies que sin embargo sienten y sufren, sí que puede decidir
 comer solamente lo que Jane Goodall llama, “carne de animales felices”.
El científico y padre de La Teoría Gaia,
 James Lovelock,
 afirma que no se trata ya de mantener un crecimiento sostenible en el 
planeta, sino que a estas alturas lo único que podemos hacer por nuestra
 supervivencia como especie es iniciar de manera inmediata una retirada 
sostenible:
 “Si nos preocupa de verdad el bienestar de la 
humanidad, es nuestro deber anteponer Gaia a cualquier otra 
consideración, y nuestra obligación asegurar que no tomamos de ella más 
que nuestra justa porción”.
 Añade que la Tierra está cambiando, siguiendo sus propias leyes internas, hacia un estado en el que ya no seremos bienvenidos.
 
La humanidad, sus formas de nutrición y sus métodos de 
producción han de cambiar drásticamente o no habrá manera de mantener 
sobre ella a una población que ha crecido exponencialmente y que 
continúa haciéndolo en este mismo instante.
Ahora se habla de explotación ganadera con entera normalidad, como si otros seres vivos fueran meramente explotables.
 El mal que permitimos que sufran, antes o después, nos salpica a 
nosotros. Si los animales se nutren mal, son medicados para mantenerlos 
insanamente con vida, engordados a marchas forzadas y sacrificados en 
serie, esa vivencia formará parte de nuestros cuerpos, de nuestra psique
 y en definitiva de nuestra salud tanto física como mental y del rastro 
de dolor y sufrimientos planetarios.
Integramos en nuestros cuerpos como información sus 
carencias, medicación y sufrimiento. No estamos separados de nada. 
Formamos parte los unos de los otros, no somos ajenos al dolor que 
infligimos directa o indirectamente, no estamos al margen ni tampoco 
fuera.
El carro de la compra tiene tanto poder como un carro de
 combate, un poder tan decisivo como un voto en las urnas cada cuatro 
años y que podemos ejercer cada vez que decidimos nuestras compras. Sólo
 será cuestión de tiempo que esta conspiración del silencio, que  
intenta ocultar de nuestra vista toda la locura y el desastre de los 
métodos industriales en la producción de alimentos, llegue a 
desenmascararse. La difusión del conocimiento crea conciencia. Todos los
 ámbitos de la vida están directa o indirectamente relacionados con la 
alimentación. Lo que somos, lo que finalmente nos constituye física y 
fisiológicamente, nuestra salud, nuestra cultura y el impacto que 
generamos en nuestro entorno, tiene que ver en gran medida con nuestra 
forma de nutrirnos.
Adriana Ruiz Díaz es dietista nutricionista
Fuentes:
 
Vic Sussman, La alternativa vegetariana. Integral
James Lovelock, La venganza de la Tierra. Booket.
Alan Watts, La vida como juego. Kairós.
 
 http://www.fronterad.com/?q=cuantos-miles-millones-animales-criados-en-condiciones-inaceptables-son-sacrificados-cada-ano